martes, 8 de septiembre de 2009

Sangrienta fascinación: Vampirismo en celuloide


Por Manuel Ríos Sarabia

Me había resignado a hablar sobre el fenómeno “Twilight” pero no logré forzarme a ver la película y después de todo, por qué habría de someterme, a estas alturas, a un producto manufacturado exclusivamente para niñas adolescentes. Así, ahorré dos horas de mi vida y realmente, con mi (muy probable) crítica negativa no cambiaría nada. Las niñas ya están haciendo cola para ver la segunda y tercera parte de la saga. Pero si el estudio gana tantísimo dinero y a la vez produce la nueva cinta de Polanski (The Ghost), que sigan rodando vampiros bonitos.

Viendo el lado positivo, si esta nueva moda “vampírica” hace que los chicos y chicas se interesen por buscar más cine de vampiros ahí les van algunas recomendaciones en orden cronológico.


Con más de cien años de cine tenemos ya igual cantidad de años de vampirismo en el celuloide. Empecemos con el clásico alemán, Nosferatu (1922) de F.W. Murnau que ha pasado a la historia como una de las mejores adaptaciones del Drácula de Bram Stoker, presenta imágenes icónicas en un estilo proto expresionista alemán.

Cinco años después se estrenó la desparecida y legendaria “London After Midnight” (Londres después de medianoche 1927) de Tod Browning de la cual sólo quedaron algunas fotografías con las cuales se reconstruyó la cinta que muestra a un escalofriante Lon Chaney con cabellos de escobeta y sombrero de copa, sólo podemos imaginar lo grandioso que habrá sido verla en 1927. No tardó Browning en regresar con un clásico, fue en 1931 en que el mundo conoció la inolvidable y más reconocible cara de Drácula, Bela Lugosi en el clásico de Tod Browning. Lo que no es de todo el mundo sabido es que durante las noches y en el mismo set George Melford filmaba la versión en español de Drácula que siendo media hora más larga que la de Browning resultó ser aún más interesante y entretenida que la original.


Un año después en Alemania, el danés Carl Theodor Dreyer nos regaló su onírica versión de Drácula llamada Vampyr (1932) donde la historia se plasma en una forma sugestiva y aterradora.

Posteriormente, de 1936 a 1948, el Drácula de Universal apareció en una serie de cintas chacoteando con Frankenstein y el hombre lobo y fue interpretado por varios actores (Lon Chaney Jr., John Carradine) hasta terminar, de nuevo interpretado por Lugosi, en las comedias de Abbot y Costello, las cuales pusieron el último clavo en su ataúd.
No fue sino hasta finales de los años cincuentas que resurgieron los vampiros de forma digna en el cine, gracias a los estudios Hammer de Inglaterra, que le dieron una nueva y sensual vida al género chupa sangre.

La primera cinta en la serie de Hammer fue Drácula (1958), dirigida por el maestro Terence Fisher y protagonizada por Christopher Lee y Peter Cushing como Van Helsing, en su interpretación definitiva del personaje (el cual cuarenta años después reprodujo Anthony Hopkins en la versión de Coppola).

La segunda cinta de Hammer en tocar el tema, de nuevo a cargo de Terence Fisher, dejó descansar a Drácula e incorporó nuevos vampiros creados por él, de ahí el título “Brides of Dracula” (Amantes de Drácula 1960). En ella una baronesa mantiene a su hijo, infectado por vampirismo, encadenado y oculto en su castillo alimentándolo con las doncellas que ella elige y lleva hasta su hogar (una verdadera madre castrante).

Este vampiro afeminado y débil fue un gran contraste con el imponente y varonil Drácula de Christopher Lee. “Brides of Drácula” fue también una gran influencia en la carta de amor a la Hammer que realizó Tim Burton, “Sleepy Hollow” (1999) que en su clímax reprodujo el set del molino y la secuencia de su incendio, incluso el Ichabod Crane de Johnny Depp nos recuerda a un Van Helsing más joven y no tan diestro en los menesteres contra las amenazas sobrenaturales.

“Brides of Dracula” también podría considerarse como punto de origen de la deliciosa sátira de Roman Polanski “Dance of the Vampires” (La danza de los vampiros 1967) donde se muestra un festín en el castillo transilvano del Conde Von Krolock y Herbert, su hijo homosexual, que más se interesa por la sangre del inepto ayudante del Profesor Abronsius, Alfred (interpretado por el mismo Polanski) que por la de una hermosa doncella como Sharon Tate (en pleno amorío con Polanski y dos años antes de ser asesinada por Charles Manson).



Quizás la intención de Polanski fue homenajear y satirizar a la Hammer, estudio para el cual estuvo a punto de producir Repulsión (1965), otra de sus obras maestras. “Dance of the Vampires” visualmente podría ser confundida con una cinta más de la Hammer, lo que la diferencia es su humor obvio e intencional con elementos de farsa y su sexualidad implícita, no vistos en la Hammer sino hasta varios años después en cintas como “The Vampire Lovers” (Los amantes vampiros 1970), “Lust for a Vampire” (Lujuria por un vampiro 1971), y “Twins of Evil” (Las gemelas del mal 1971).

Otro cineasta europeo, devoto incondicional del vampirismo, que también quiso aproximarse al estilo Hammer fue el francés Jean Rollin, con su segunda cinta “La vampire nue” (La vampira desnuda 1969) la cual siguió a su escandaloso debut “Le viol du vampire” (La violación del vampiro 1968) que fue criticado como una maraña de incoherencias y tonterías. Pero el cine de Rollin nunca fue para ser “entendido”, no es lógico en su narrativa, es más bien una sucesión de imágenes fascinantes (de vampiros) y es con base en éstas que construye sus películas, imágenes tan imponentes que eluden cualquier explicación lógica que anularía su poder.


Podría seguir viajando por el mundo a través de las décadas y sus vampiros de celuloide (y quizás lo haga en una segunda parte), pero antes pregunto: ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Cuál es la fascinación que producen estos inmortales bebedores de sangre que despiertan admiración y suspiros por las noches?

Quizás pueda ser que los vampiros son una representación de ese “otro” que todos anhelamos encontrar y/o ser, ese otro tan distinto a los grises y ordinarios robots que el sistema intenta hacer de todos los que forman parte de la sociedad. Son esa parte salvaje que no se detiene para pensar en las consecuencias de sus actos y se deja llevar por sus instintos, esa criatura que todos deseamos desencadenar de vez en cuando.


Esto es parte del encanto que ejercen los vampiros y el porqué son tan importantes en nuestra cultura y tan influenciables en la vida de los adolescentes como símbolo de libertad, despertar sexual y rebeldía contra lo establecido.

Lo más probable es que mientras la humanidad no abra su interior y deje salir su verdadera esencia, los vampiros seguirán cautivando la imaginación mundial… para bien o para mal.

Continuará (aún faltan 40 años por recorrer)…

1 comentario:

  1. Buenisimo! bien dicho. gracias por las recomendaciones.


    gared.

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