Por Daniel Salinas Basave
Vaya que resultan inesperados estos cortazarianos papeles que toman por asalto las librerías a 25 años de la muerte su creador. En la oscuridad de algún cajón, refundidos en las profundidades de un sótano parisino, aguardaron pacientes estos textos antes de encontrar al lector que consumara el milagro literario (démosle las gracias a Aurora Bernárdez y a Carles Álvarez Garriga) Tras leerlos, sólo queda una pregunta en al aire: ¿Por qué no los publicó en vida Julio Cortázar? ¿Cuál “pero” les pudo poner para dejarlos inéditos? Y es que por lo que a este lector respecta, no hay “pero” alguno que ponerles, al menos no a los relatos de ficción.
Vaya que resultan inesperados estos cortazarianos papeles que toman por asalto las librerías a 25 años de la muerte su creador. En la oscuridad de algún cajón, refundidos en las profundidades de un sótano parisino, aguardaron pacientes estos textos antes de encontrar al lector que consumara el milagro literario (démosle las gracias a Aurora Bernárdez y a Carles Álvarez Garriga) Tras leerlos, sólo queda una pregunta en al aire: ¿Por qué no los publicó en vida Julio Cortázar? ¿Cuál “pero” les pudo poner para dejarlos inéditos? Y es que por lo que a este lector respecta, no hay “pero” alguno que ponerles, al menos no a los relatos de ficción.
Cierto, la costumbre marca que este tipo de manuscritos póstumos rescatados de la voracidad de las polillas suelen ser, las más de las veces, borradores o versiones inacabadas, textos tachados e interrumpidos de tajo, apuntes al pie de página, anexos o prólogos que el autor jamás pensó en publicar. Sin embargo, al menos por lo que respecta a la parte ficticia de la obra, la verdad es que pudo perfectamente conformar en vida un volumen que compitiera con Todos los fuegos el fuego o Bestiario. Sin caer en exageraciones, se puede afirmar que estas historias están a la altura de competir con el mejor Cortázar, algo que raramente puede decirse de una obra póstuma que el autor jamás hizo por publicar.
Desde hace un cuarto de siglo, Julio Cortázar descansa, junto con Carol Dunlop, en el cementerio de Montparnasse en París, donde tiene por vecinos de tumba a personajes de la talla de Charles Baudelaire, Jean Paul Sartre, Eugene Ionesco, Serge Gainsburg y hasta Porfirio Díaz. Si algo ha quedado claro en estos 25 años, es que hay un antes y un después de Julio Cortázar. Más que una escuela, Cortázar creó un universo con leyes propias. Sí, es fácil reconocer la pluma de Cortázar, pero resulta imposible imitarla. Si usted leyó Rayuela, sin duda recuerda la forma y las circunstancias en que vivió esa experiencia literaria incomparable y apuesto doble contra sencillo a que se enamoró de La Maga.
En este sorpresivo e inesperado volumen hay “de dulce, chile y manteca” y al estilo de la más pura tradición cortazariana, se puede, y de hecho se recomienda, leerlo en desorden. Por lo que respecta al sobrante de obras mayores, hay algunos papeles dejados al margen de los Cronopios y otros tantos del Libro de Manuel y de un tal Lucas. Pero también hay unos cuantos poemas al final del libro y unas divertidísimas autoentrevistas frente al espejo que no tienen desperdicio.
Eso sí, el néctar de la obra, aquella que se inscribe con todo merecimiento dentro de la antología del mejor Cortázar, me parecen los once cuentos iniciales, jamás incluidos en obra alguna. Agregue usted las tres historias de cronopios, once episodios protagonizados por Lucas, 35 artículos sobre literatura, política y viajes, diez textos sobre y para los amigos (Ángel Rama, Susana Rinaldi, Lezama Lima), trece poemas y nueve textos que romperán la cabeza de más de un crítico en su intento por enjaularlos en alguna clasificación. De pilón, tenemos unas cuantas entrevistas concedidas por Cortázar a diversas revistas y periódicos además de un proyecto de libro que hizo para el poeta José-Miguel Ullán.
Advierto que si alguna parte del libro me parece prescindible, si es que semejante adjetivo cabe tratándose de Julio, son los pronunciamientos políticos de un radical Cortázar al más puro estilo de un Eduardo Galeano, comprometido con el sandinismo nicaragüense y la Revolución Cubana. La parte de ficción en cambio, demanda inmediata relectura y asegura un sitio permanente en el altar del buró. No me gustan los absolutos ni suelo otorgar títulos de campeón, pero de estas 486 inesperadas hojas, hay seis que conforman la más absoluta delicia de cuento. Se llama Manuscrito hallado junto a una mano. Un señor cuentazo más cortazariano que Cortázar. Sorpresas y placeres que la literatura nos da. Después de todo…queremos tanto a Julio.
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