lunes, 10 de agosto de 2009

Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa




Por Daniel Salinas Basave


El lugar común es afirmar que los autores del “boom” latinoamericano han caducado y se encuentran, literariamente hablando, seis metros bajo tierra. Cierto, el “boom” como fenómeno se agotó con la década de los sesenta, pero sus paladines siguen poseyendo armas de seducción y Mario Vargas Llosa lo deja por sentado en “Travesuras de la niña mala”.


Para aquellos que gozan proclamando la muerte de la novela y sepultando la narrativa tradicional en nombre de formas experimentales capaces de matar de aburrimiento y dormir a quien padece de insomnio, Mario Vargas Llosa es un narrador agotado y devorado por el “establishment”.


Por su condición de ex candidato presidencial en Perú y su labor como vocero del libre comercio y los gobiernos democráticos de derecha, más de uno podría pensar que el peruano nacionalizado español poco puede aportar en una nueva novela, que “La Fiesta del Chivo” fue su canto de cisne y que su irremediable destino será vivir de obras irrepetibles como “La ciudad y los perros” o “Conversación en la catedral”.


Confieso que le entré con cierta desconfianza a esta novela. Me sucede a menudo que las obras modernas de vacas sagradas acarrean consigo una tremenda decepción como me ha sucedido, por ejemplo, con la obra reciente de Carlos Fuentes.


Así pues, no esperé gran cosa de “Travesuras de la niña mala” y sin embargo no me resta más que admitir que hacía mucho, pero muchísimo tiempo que no leía una novela con tal deleite. Con 73 años de edad y llevando a cuestas varias novelas emblemáticas que marcaron un antes y un después en la narrativa contemporánea, Vargas Llosa nos entrega una historia que de entrada sorprende por su sencillez estructural.


Por la forma en que está construida, “Travesuras de la niña mala” es tal vez la novela más sencilla que ha escrito Vargas Llosa. La fórmula empleada es de lo más fácil; con un narrador en primera persona que jamás cambia y nos cuenta su historia de manera absolutamente lineal, sin saltos cronológicos, Vargas Llosa nos ofrece simple y llanamente una hermosa novela de amor.


El amor incondicional de un hombre por una mujer a través del tiempo y las fronteras. Cierto, un tema cientos de miles de veces reflejado, pero el amor y la literatura son una pareja eterna cuyo yacimiento de inspiración es inagotable.


Ni asomo de rebuscamiento, coqueteos con la fantasía o licencias poéticas. Tampoco hay juegos narrativos o regresiones en el tiempo. Es una novela sencillita, ágil, dinámica, capaz de seducir a cualquiera, que exige muy poco y atrapa como arena movediza.


Su narrador es Ricardo, un limeño tradicional del Barrio Miraflores que ve cumplido su sueño de vivir en París y está mortalmente enamorado de la niña mala, a la que conoce en su temprana adolescencia y jamás olvida. Lo más fascinante de este relato, ni duda cabe, es la Dulcinea de esta historia, la niña mala, una mujer sin nombre o con muchos nombres, que metamorfea de chilenita a guerrillera, de guerrillera a Madame Arnaux y de Madame Arnaux a Lady Richardson y de ahí a geisha japonesa.


¿Cómo se llama? No importa. Esta mujer de los mil nombres y las mil caras podría ser vista como el ejemplo más acabado de una trepadora profesional, la “material girl” capaz de pisotear cualquier sentimiento con tal de ascender social y económicamente.


Pero también la podemos ver como la mujer que le saca la lengua a un destino soso y mediocre, que no se conforma con menos de más, una Emma Bovary de nuestro tiempo un poco más valiente que la de Flaubert o una Violeta del “Diablo guardián” con un poco más de caché.


Al fascinante personaje femenino hay que agregar un contexto histórico, político y social que sirve como fondo, pues el enamoramiento del narrador trasciende naciones, pero también épocas y personajes de la segunda mitad del Siglo XX.


Los primeros intentos de guerrilla en Perú, la llegada de la dictadura militar, la psicodelia jipiteca de los sesenta, la muerte del sueño en los setenta y la llegada del sida son parte del contexto. El desenlace puede resultar predecible y la novela no es en absoluto un derroche de originalidad, pero aún así engancha y seduce. Después de todo, una buena novela de amor enamora a cualquiera.

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